Oda a una Oda

Yo escribí cinco versos...

Y ninguno fue la mitad de bueno que los de Neruda. Ni siquiera el negro que intento ser verde, aunque el pan si era redondo, fue aplanado por faltar de levadura y la casa, en lugar de levantarse se derrumbo culpando a Poe. No hablemos ya del que debía ser un anillo, pues fue pulsera, collar y collarín para el cuello de amores lastimados.Y el quinto... el quinto por gracia de Dios si fue un relámpago, que chamuscó el carbón de los otros sacando pequeños diamantillos sin valor...

Y así, hombres y mujeres se acercaron, tomaron esa materia inútil por extravagante y se sintieron ricos, escapándoseles el origen que valía, la sencilla materia.

Con esos cristalillos ellos quisieron comprar casas, coches, vidas y sueños que nadie les vendió. Obstinados me exigieron poesías, cuentos, viñetas y usos de mayor calibre y la inspiración agotada me abandonó a mi suerte.

De nada me valió exclamarles nombres, bases, dioses, titanes, eternos cauces donde abrevar, donde conseguir brizna, viento, fulgor, barro, madera y lo indispensable para soñar.

Así llegaron mas lectores, ciegos todos, caminando sin piernas sobre libros de Brown, tapando la luz con sus crepúsculos y lunas nuevas, sin escuchar. Con mil orejas oían el ruido de tantas otras voces cargadas de lo que la masa lee. Se acercaron dudando, preguntando quien se llevo mi queso y bebiendo cántaros de caldo de pollo para un alma que no conoce la piedad.

Tomaron con sus infinitas manos mis libros de Tablada, mis poemarios de Neruda, pisaron los Heraldos Negros que custodiaban mis cerraduras y se sintieron eruditos de una ciencia que hasta Dios desconocía.

Y así erigidos en críticos dictaron que nunca había yo construido nada, que mis paginas eran un crimen contra el marketing y que mis hojas olían a papel viejo y aburrido, a las ropas de hombres muertos tiempo ha.

Sus largas uñas rasgaron mi regazo y me increparon la falta de secretos y Feng Shui, de metafísicas ligth, de filosofías baratas, de consejos inútiles, de vulgaridad, de las cosas que venden me dijeron.

Todos ellos (editores todos ellos), miraron mis murciélagos y abusando de la moda quisieron tomar mi poesía y mostrarla al mundo, con la salvedad de mutilarla toda.

Eso es todo me dijeron, obstinados a quitar títulos, remover palabras, quisieron en su mórbida malignidad censurar el arte de la palabra desnuda, la llenamos de adjetivos me dijeron, le quitamos las vocales, la pintamos de rosa me dijeron, le blanqueamos sus males. Uno a uno, pasaron de lectores a críticos a editores y luego a algo que no supe definir, una masa amorfa que engullía mis textos y los vomitaba a pedazos.

Al negarme a hacer comerciales mis poesías, el gigantesco ente que eran todos ellos, con sus manos mutiladas, con sus uñas largas saliendo de sus ojos cual pestañas, presto a arañar mis textos los tomó, los estrujó y los hizo nada, los dobló sin cuidado y los remojó en el agua que se teñía con el color de mis palabras, se bebió el té y aún sediento fue por el agua de pantano, dejándome solo con mis versos.

No intentaron volver aquellos que en un principio habían jugueteado con mis cristalillos, estaban ocupados comprando lo que creían era amor, sedimentado de casas, fuegos artificiales, autos, joyas, falsos sueños, trémulas risas, otras vidas y someros éxitos, alimentándose de los brillantes que el best seller les daba.

Y perdonará el lector que no continúe con este cuento, pero he decidido llevarme mis canicas y mis cristales sin valor, al amparo de donde se unen en el amor, por la gracia de los grandes, el relámpago y anillo.

Angel Caballero


Escritos relacionados



0 comentarios:

Entrada más reciente Entrada antigua Página Principal